Desde el origen del capitalismo, (a partir del siglo XVI), este sistema económico ha generado diversas interpretaciones o corrientes teóricas que han venido a dar cuenta de su lógica y del tipo de relaciones sociales que subyace tras este modelo, el cual se sustenta, en el libre mercado.En este trabajo, por tanto, se intentará analizar la lógica racional del sistema capitalista y el tema de la división del trabajo, este último, como un eje transversal que ha sido estudiado por connotados autores.
Las lógicas del capitalismo
Tal como le señala Smith –para quien el capitalismo es un estadio natural en las relaciones sociales- este modelo o sistema económico se basa en el libre mercado como eje central, ya que para éste, el mercado es capaz de regularse solo, por que el llama la ‘mano invisible’. Dicho mecanismo –la mano invisible- asegurará, a juicio de Smith, la armonía y el normal equilibrio de los factores de la economía y por lo tanto, la armonía social.
Esto último tiene directa relación con que al asegurar el funcionamiento del libre mercado, los factores de la economía buscarán las máximas rentas posibles. De esta manera al interior de la sociedad, y por la naturalidad que regula al mercado, -‘la mano invisible’- se podrán producir los bienes adecuados y a los precios adecuados, lo que provocará que a fin de cuentas, el conjunto de la comunidad obtenga riqueza posible.
Lo que será posible, claro –como señala Smith-, mientras siga vigente la libre competencia, debido a que si se limitase, la ‘mano invisible’ dejaría de funcionar y la sociedad cargaría con las consecuencias, como el aumento del desempleo, desequilibrios, etc.
Situación que claramente hoy en día podemos observar dentro de la división internacional del trabajo, donde vemos que los países desarrollados o del centro, cuentan con ventajas comparativas –a las que les dan un mayor provecho- lo que los hace estar en condiciones ventajosas por sobre los países de la periferia, que si bien tienen sus propias ventajas comparativas, podríamos decir, no son del todo utilizadas.
De esta manera observamos que para estos autores de la economía política clásica, los ejes que subyacen dentro la lógica y racionalidad del capitalismo, como lo es el de la división del trabajo tienen un rol e importancia trascendental en la etapa de acumulación de riqueza para los capitalistas.
La idea de división de trabajo en Durkheim, contempla a su vez una de división social que es moral, puesto que implica que cada individuo ponga énfasis en sus funciones con el objetivo de alcanzar el bien común.
“Puede decirse que es moral todo lo que constituye fuente de solidaridad, todo lo que fuerza al hombre a contar con otro, a regular sus momentos con arreglo a algo más que los impulsos de su egoísmo”[1] .
Así la división del trabajo al hacer posible que los oficios se complementen con el objetivo de alcanzar el bien común, genera que las relaciones sociales adquieran carácter de solidaridad en cuanto que cada individuo dependerá de las funciones específicas de otro individuo particular.
A juicio de Marx, el trabajo enajenado transformaría la misma naturaleza del sujeto, convirtiéndola en algo ajeno a su realidad, el trabajo, por tanto, se presentaría ante el sujeto sólo como un medio se subsistencia, como una herramienta para lograr tanto su satisfacción como su existencia física.
La propiedad privada sería, por consiguiente, el resultado del trabajo enajenado que conlleva la conversión del sujeto en objeto, dada la alienación con lo producido que, a su vez, en manos del capitalista, se cristaliza en la forma de mercancías extrañas al trabajador.
La lógica capitalista y la división del trabajo en Marx, sustentan la idea de la enajenación del sujeto de si mismo, esta alienación surge conjuntamente a la propiedad privada de los medios de producción.
De esta manera, para comprender la lógica weberiana, es fundamental mencionar que para el autor, tanto las relaciones sociales como las consecuencias inmediatas de ellas, están fundadas en la idea del sentido el cual, seria el factor motivante de la acción, el sentido seria así, el motor de los actos de los individuos en su relación con otro. El sentido tendría valor de significado y adquiriría forma simbólica. Este sentido, en el cual Weber fundamenta su argumento, se confirmaría en la práctica por que se intercambiaría en las prácticas sociales.
Según Max Weber, existen cuatro tipos de racionalización que motivarían la acción de los individuos: la racionalización basada en la tradición, la racionalización basada en los afectos, la racionalización orientada por los valores y la racionalización instrumental.
En la comunidad, predomina, a juicio de Weber, una racionalización parcial, en la cual, existe una confraternización personal y casi siempre, de lazos sanguíneos. En ella, no puede haber una racionalidad instrumental por que los individuos en la comunidad no esperan ganancias de los otros individuos, sino que más bien se rigen por parámetros de clara afectividad. Pese a lo anterior, con la ampliación de las relaciones laborales y la posterior división del trabajo, aparece una nueva forma de interacción social, caracterizada por la racionalidad y por los criterios de utilidad, en la cual los individuos comenzaran a buscar, permanentemente, obtener el mayor beneficio al menor costo. Esta emergente forma de interacción social encuentra forma en la idea de sociedad. “Aparece ahora como (arque) tipo de toda actividad societaria racional la socialización que, en virtud del cambio tiene su esencia en el mercado”[3]
Pese a este intento de absoluta autonomía, Weber sostiene que, la anhelada extensión del mercado libre llegara hasta un límite en el cual, las personas interesadas en sentido capitalista, buscaran nuevamente imponer un monopolio sobre los medios de producción, estableciéndose con ello, una diferenciación entre dos formas de monopolios; el primero fundado en los Monopolios estamentales, el cual buscaría restringir el mercado reafirmando con ello su poder, y el segundo fundado en los emergente Monopolios económicos racionales, que en su lucha por la extinción del primero, buscarían dominar a través del mercado.
Todo este proceso de cambio que sufre Alemania hay que verlo desde la óptica posterior a la unificación política y territorial, además de las características de su estructura social y económica que seguían latentes aún tras ese proceso, y que unido al contexto de otros países como Francia y Gran Bretaña, hacían reflexionar a Marx en cuanto que a su país aún le faltaban las condiciones objetivas para que se diera la lucha de clases, ya que aún no existía un proletariado como tal, de echo en 1844 Marx señala: “la emancipación parcial es la base de la emancipación completa, pero en Alemania, mucho menos desarrollada, es una emancipación progresiva; era imposible, la única posibilidad de avance la ofrecía la revolución radical”. [6]
Aún cuando el contexto Alemán no mostraba las condiciones para hacer efectivo el cambio propuesto por Marx, un atisbo de esto se ve en las revueltas de 1848[7], acontecimientos que trazan una línea de conexión entre Marx y Weber.
Bibliografía
Giddens, Anthony. Política, sociología y teoría social reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo. Barcelona: Editorial Paidós, 1997.
Weber, Max. Economía y sociedad. Colombia: Fondo de Cultura Económica, 1997.
Sweezy, Paul. Teoría del desarrollo capitalista. México: Fondo de Cultura Económica, 1973.
[1] Durkheim, Emil: “La división del trabajo social”, Ediciones Colofon, México, 1993. p. 417.
[2] Ibíd. p. 419.
[3] Weber, Max. Economía y sociedad. Colombia: Fondo de Cultura Económica, 1997. Pág. 493
[4] Ibíd., Pág. 494.
[5] Giddens, Anthony. Política, sociología y teoría social reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo. Barcelona: Editorial Paidós, 1997. Pág. 67.
[6] Ibíd. Pág. 68.
[7] Revueltas que consiguieron que se instauraran ciertas reformas sociales y políticas en Alemania, que hicieron avanzar al país lejos del sistema imperante, aunque sin ser todo lo radical que Marx hubiese querido.
[8] Giddens, Anthony. Política, sociología y teoría social reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo. Barcelona: Editorial Paidós, 1997. Pág. 76.